Las redes sociales se han convertido en un hervidero de frases hechas. La mayor parte de ellas hacen referencia directamente a consejos psicológicos que se formulan con orgullosa convicción: sal de tu zona de confort, aporta o aparta, pelea por tus sueños, solo es imposible lo que crees que es imposible, lo que crees es lo que creas, aléjate de las personas tóxicas…

El gran problema de este tipo de planteamientos es que suelen ser profundamente simplistas. ¿Y qué significa eso? Pues que sobre una base cierta se hace una gran generalización que obvia todos los detalles y matices, y todas las excepciones. Dentro de la flor te cuelan la espina que puede desangrarte, y es por ello que las medias verdades suelen ser más peligrosas que las mentiras manifiestas: porque el demonio se cuela por la trastienda y no lo ves venir con tanta facilidad. Y es que el infierno o la salvación suelen estar justamente en los matices. De no ser así, por ejemplo, los terapeutas trataríamos todas las depresiones con el mismo estilo y protocolo… y casi no ayudaríamos a salir adecuadamente de ninguna, porque no hay dos depresiones iguales, ni dos personas exactamente con la misma receptividad, ritmo, recursos, estrategias, etc.

Las frasecitas que tanto gustan parecen fáciles de entender y de compartir, suenan agradables, inspiradoras, fortalecedoras, y ofrecen sensación de conocimiento. Y es por todo eso que gustan y se expanden. Pero el verdadero conocimiento es más complejo, trabajoso, abierto y, a menudo, también más doloroso. Por eso es mucho menos popular. Detengámonos un poco en un ejemplo, como la última frasecita mencionada, tan de moda: “aléjate de las personas tóxicas”.

La idea tiene, en general, un sentido útil y bien fundamentado, puesto que es preciso protegerse y tomar distancia de una serie de personas que solo pueden complicar gravemente nuestra vida, incluso si estas personas forman parte a veces de nuestra propia familia. Pero, ¿a qué llamas exactamente persona tóxica? ¿Y cuando el daño que experimentas está menos relacionado con las actitudes de esa persona que con tus neuróticas vulnerabilidades, complejos, inseguridades y miserias en general? ¿Y si hay mayor problema en tu piel fina y tu estructura disfuncional que en las presiones que supuestamente recibes de los demás? ¿Dónde queda la parte de la autorresponsabilidad emocional en estas interacciones? ¿Qué aprendizajes y que autoconocimiento te puedes estar perdiendo por no mirar esa parte? ¿Y si tu comportamiento es una esponja para esa misma toxicidad que después quieres repeler? Entonces, ¿toda persona que sientes que te hace daño ha de ser calificada de tóxica y requiere sin más tu distanciamiento? ¿Qué aspectos de esa persona requieren verdadera distancia y qué otros aspectos pueden ser más apropiadamente gestionados con otro tipo de estrategias? ¿Hacemos un esfuerzo de objetividad para apreciar cuando los tóxicos somos nosotros? … Y la cuestión es que la propia expresión “personas tóxicas” es tan generalista que se vuelve inadecuada e inútil para encarar las dificultades de relación a las que casi todos los días nos enfrentamos.

Sugiero mucho cuidado con eso de comprar rápidamente las frasecitas y lo lemas que estimulan, que alivian o que inflan el ego, y que con ello limitan el verdadero aprendizaje. Los gurús más populares y carismáticos del pensamiento positivo las venden a raudales.