Rosa Luxemburgo formuló la frase “quien no se mueve, no siente las cadenas”. En efecto, ¿qué es entonces la libertad?, ¿qué valor tiene?, ¿cuándo adopta o no prioridad para cada persona? Si un humano de hace 15.000 años, un nómada cazador-recolector apareciera en nuestro mundo actual, sentiría que ha perdido casi toda su libertad. Con toda probabilidad, le costaría mucho asimilar que no se le permitiera transitar por cualquier lugar que sus pies alcanzaran, ni poder coger sin más los alimentos que encontrara por ahí, y toda la parcelación de propiedades privadas que nuestro mundo ha normalizado y deificado le parecería un completo disparate y robo de su libertad. Y tendría razón. En cambio, para los que han nacido con esas cadenas y las han normalizado, tales restricciones no se conceptualizan como privaciones de libertad, sino incluso como garantías de la misma. Es como poder usar libremente el burka.
Para todas esas personas que nunca sienten la necesidad de salir de su país o comarca, una prohibición explícita de hacer tal cosa no supondría ninguna inquietud, en tanto que en su pequeño territorio tuvieran satisfechas todas sus necesidades. Porque de esto va la cosa, en último término: de satisfacer necesidades. Y en verdad la libertad solo es una necesidad importante cuando su falta limita el acceso a la satisfacción de otras necesidades; si a una persona le das en su prisión todo lo que fundamentalmente le puede apetecer, no tendrá ninguna necesidad de salir de esa prisión, y, de hecho, no la considerará tal.
En tanto que somos diferentes en nuestras necesidades, anhelos y capacidades, nuestros requerimientos de libertad también lo son, y las frustraciones y las peleas por conquistar mayores grados de libertad se vuelven una cuestión individual. ¿Puede uno mostrar sin problemas su orientación sexual, acceder a alimentos o vivienda, exponer cualquier idea, reunirse con cualquiera, dedicarse a cualquier actividad, moverse por cualquier parte…? ¿Cuántas restricciones físicas hay para todo ello, y cuántas de las restricciones son mentales? Porque existen cadenas físicas, legales y económicas que se nos imponen a todos objetivamente, y existen las interiorizadas como parásitos mentales con más o menos fuerza en la mente de según qué personas. Algunas de estas últimas existen a pesar de ser reconocidas como frustrantes limitaciones, como las que pueden establecer el miedo o la culpa, y muchas otras están construidas de creencias que llevan al mero acomodamiento, como prisiones que uno no considera ni sufre como tales.
La necesidad de libertad es un concepto tan relativo en su extensión y en su importancia que podríamos decir que va por barrios. Porque lo que necesitamos no es, en último término, libertad, sino todo caso aquello a lo que su falta nos priva frustrantemente de acceder. Por eso a lo largo de la historia ha habido tantos “esclavos” felices, tanta dictadura amada y tanto miedo a ser expuestos a mayores grados de libertad y decisión. Y esto, admitámoslo, no es bueno ni malo: es la naturaleza humana.
Pienso que la libertad da miedo. Es cierto, por lo menos para mí, que cuando están satisfechas tus necesidades, das un paso adelante y te encuentras ante el abismo de la LIBERTAD, a mí me recorre la espalda un escalofrío de, por lo menos, un poco de miedo.