Más allá del debate específico sobre la idoneidad de la renta universal, el debate fundamental que Mikel Munárriz plantea usualmente, y que resume en esta afirmación del ancabezado, es la manera en que históricamente los problemas mentales se enfocan desde un modelo patológico y medicalizado, obviando en su mayor medida la manera en que nuestros modelos de economía y de trabajo, de relación social, sistemas educativos, estructuras urbanas, marcos culturales, relación con la naturaleza, etc. determinan nuestra salud mental.
Si planteáramos una analogía entre las personas y los coches, diría que los psicólogos y los médicos somos esencialmente como mecánicos que, con su puñado de herramientas, intentan reparar en lo posible los vehículos que de continuo nos llegan, pero sin tener prácticamente ninguna voz e influencia en cuanto al diseño y desarrollo de esos coches, en cuanto al estado de las carreteras o a las condiciones que determinan la congestión del tráfico y los accidentes o roturas que la circulación genera. Mecánicos que, en general, asumimos con bastante pasividad todas esas condiciones y nos ceñimos a arreglar los entuertos dentro de nuestro taller.
¿Qué ocurriría si la depresión, la ansiedad, los trastornos psicosomáticos y demás fuesen considerados esencialmente problemas sociales, y no mera y primariamente trastornos o enfermedades? Entonces las vergüenzas por estar mandando legiones de gente a los ”talleres” quedarían muy al descubierto, y la necesidad de profundas reestructuraciones en nuestros modelos de vida sería patente; las líneas de investigación tomarían otras direcciones, los diagnósticos y los tratamientos adquirirían una dimensión que va mucho más allá del individuo, y los psicólogos saldríamos de nuestras cuatro paredes para clamar sobre tanto desvarío ahí afuera que nos tiene tan paliativamente ocupados en nuestros despachos, donde ayudamos a las personas a que se amolden mejor a los desvaríos estructurales o a que en la pequeña medida posible escapen de ellos.
¿Estamos arreglando las piezas rotas de un sistema, o limando las piezas para que encajen en un sistema roto? Los psicólogos somos, supuestamente, los que más tenemos que decir acerca de las condiciones y requerimientos para la felicidad o el sufrimiento humano, así que mientras permanezcamos básicamente silentes en nuestros gabinetes, tendremos que asumir que muchos nos consideren simples cómplices de la locura, y no la solución para la misma. Hacerse oír fuera de los despachos no es fácil, y expresarse y hacer reclamos con un criterio dignamente profesional, menos. Pero, ¿acaso lo intentamos?
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