Imagina que tienes que deambular y desarrollar conocimiento sobre una estancia en la que te encuentras por completo a oscuras. Caminas con tiento y con las manos por delante por el miedo a chocar con algo, y en esa situación es lógico mantener cierta inquietud y ansiedad. Precisamente, cuando tocas una pared o un mueble adquieres cierta tranquilidad y seguridad, pues has encontrado un límite que te guía sobre la estancia y te da la referencia e indicación para decidir el rumbo.

Algo parecido ocurre cuando los niños buscan y fuerzan los límites de su comportamiento. Del mismo modo que el juego es su manera natural de aprender multitud de habilidades, buscar los límites es su manera natural de saber de forma clara dónde se encuentran, para obtener así conocimiento y seguridad acerca del mundo y sus reglas (no por el mero gusto de desafiar y fastidiar a sus educadores). Que los niños fuercen los límites en tal sentido es natural y adecuado; lo que no lo es tanto es que no los encuentren por las actitudes sobreprotectoras e hiperpermisivas de los padres, o que resulten límites inconstantes y difusos; o en el sentido contrario, que les sean impuestos de manera enfadada e irrespetuosa. Los límites y las reglas deben definirse de manera firme, consistente, amable y respetuosa.

¿Qué ocurre cuando por una flexibilidad mal entendida estos límites no son claros, cuando hay sobreprotección, cuando la frustración del niño doblega a los padres, o cuando estos simplemente creen que ya aprenderá por la sola maduración de la edad, o por el simple efecto del lenguaje (un error tremendamente habitual es sobrevalorar el efecto de las palabras en la educación, y no apoyarlas en acciones coherentes, diciendo lo que se va a hacer y haciendo lo que se ha dicho)? Entonces, como alguien que se mueve en la oscuridad y no llega a topar con nada que le dé indicaciones, los niños muestran ansiedad, irritabilidad, Inseguridad… o bien se lanzan a correr como creyendo que estuvieran en un espacio diáfano hasta que golpean de forma contundente y extremadamente dolorosa con ciertos muros.

La maduración neurológica no exime de la educación, y el aprendizaje no se produce de golpe y por generación espontánea. Privar a los niños de límites sensatos, claros y razonables es una manera de crear adultos con problemas de diversa índole y de difícil corrección.