Cuando estudiaba a los distintos filósofos durante el Bachiller, me sentía confundido porque de algún modo todos me parecían convincentes en sus planteamientos, incluso cuando en ocasiones estos se mostraban abiertamente contradictorios. Con el tiempo, fui entendiendo que todos aportaban alguna perspectiva que enriquecía una visión más completa de la inconmensurable e inacotable realidad.
Más tarde, cuando alguna vez he tenido la ocasión de conocer de primera mano algún entresijo del mundo mediático, he constatado la gran tendencia existente al simplismo, a la descontextualización y al sesgo, más propios del ámbito publicitario que del estrictamente informativo, y así la enorme facilidad con que se moldean nuestras conciencias.
Pero, sobre todo, una de las cosas que me ha enseñado con claridad este oficio mío de la psicoterapia, es que las simples y “obvias” apariencias del comportamiento humano suelen estar muy lejos de las complejas dinámicas y de las importantes sutilezas que explican y se expresan en esas apariencias. Y esto es algo que he visto refrendado en el funcionamiento no solo de las personas, sino también de los grupos e instituciones.
De todo esto aprendí que los datos y hechos evidentes no se relacionan de forma necesaria con conclusiones evidentes; que es preciso ser muy temerarios para lanzarse al juicio rápido (e incluso lento); que “tomar partido” por algo o por alguien en cualquier aspecto de la vida ofrece una atrayente sensación de seguridad, poderío y saber, pero que la sensación de conocimiento no se relaciona para nada con conocer de hecho, y que una de las asignaturas más importantes que al ser humano le queda por superar es aprender a no saber. Que el conocimiento, cuanto más se amplía, se vuelve más humilde, menos visceral, más abarcador, más inestable y más liberador. Aprendí que lo más juicioso suele ser lo menos enjuiciador. Que no es nada fácil distinguir la pusilánime tibieza de la sensata prudencia, ni el responsable posicionamiento de la cerrazón ideológica. Aprendí que hay que apoyarse en los procedimientos más rigurosos y en la actitud científica para combatir (o defender) paradigmas, ideas y modelos que nos pueden perjudicar (o beneficiar) a todos, pero que hay que ser extremadamente cuidadosos para cargar de manera contundente contra las personas o instituciones concretas, así como para defenderlas.
Y lo que nos quede por aprender.
Comentarios recientes