“Date con una piedra en la espinilla” era la frase que escuchábamos muchos de mi generación cuando decíamos a nuestros padres que estábamos aburridos. Lo cierto es que, cuando se escuchaba como una ironía dicha desde el cariño, y traducible por “pues invéntate algo”, resultaba un mensaje más que pertinente. Pocas veces se subraya el valor adaptativo que el aburrimiento tiene para los niños, o dicho más exactamente, su valor motivacional. Todas las emociones nos mueven (de ahí su nombre), y la emoción de aburrimiento también. Permite que el niño se esfuerce en crear algo, en idear un juego, una actividad, una fantasía, una reflexión, tal vez enfocarse en la observación…
En mi propia infancia, una de las cosas a que me impulsaba el aburrimiento era a tener que observar y escuchar con atención a los adultos, sus conversaciones e interacciones, y no tengo duda de que eso despertó en mí un interés primario por el interior de las personas y por la psicología.
Salvo aquellas inusuales situaciones y espacios en los que, de manera muy duradera, un niño se ve sometido a muy pocos estímulos interesantes, el aburrimiento de una persona es algo de lo que debe hacerse cargo esa persona, pues supone un importante acicate para el despliegue de habilidades, creatividad, observaciones y conocimientos. Dado que la enfermedad social asociada al supuesto progreso ha creado cada vez menos espacios habitables para los niños sin supervisión, que las calles ya sólo son espacios seguros en los pequeños espacios rurales, que hasta la actividad física natural que todo niño debe desplegar a diario se formaliza en horarios y actividades programadas… pareciera que también el juego y entretenimiento en casi todas sus formas es algo que muchos padres creen tener que procurar a sus hijos. Es importante destacar la manera en que la sobreprotección impide que los niños aprenden de manera progresiva algo tan necesario para la vida como la tolerancia y gestión de la frustración, pero dentro de ello está la tolerancia y gestión del aburrimiento. No se trata de provocarles o inducirles aburrimiento, por supuesto, sino de no sacarlos de él a las primeras de cambio dándoles una “Tablet” para uso indiscriminado, o permitiéndoles estar durante horas ante el televisor, o sintiéndose en la obligación de idear juegos para los niños y hasta de participar de manera habitual en ellos, porque se estará haciendo entonces un flaco favor a su desarrollo.
Para no criar niños que se convertirán en adultos sin capacidad para estar solos en paz, sin iniciativa, sin autonomía, ni creatividad ni tolerancia a las frustraciones, es importante entender y transmitir desde el cariño que, si se aburren, tienen que hacer algo al respecto que resulte un poco más creativo y personal, con los medios lícitos y saludables que su entorno les provea. Y en último término siempre podrán darse con una piedrecita en la espinilla.
Acertada reflexión. Yo añadiría que llenando todo su tiempo de actividades para que no se aburran les roba una parte importante de su infancia: la imaginación y a los adultos que los acompañan los agota.