¿Qué pasaría si, en un país como España, fuera posible suprimir de un plumazo todos los sentimientos y actitudes que pudieran existir de una cultura propiamente machista y hetero-patriarcal? Que los niveles de violencia en el seno de las relaciones de pareja se mantendrían muy cercanos al mismo nivel de antes, porque ello no cambiaría las deficiencias de empatía, las carencias de paz interior, la falta de autoconocimiento, los traumas personales y los fatídicos mecanismos de compensación con que solemos enfrentarlos, las inseguridades y complejos  que promueven celos, posesividad o sumisión, las dependencias afectivas, la mala tolerancia a la frustración, la tendencia a crear expectativas irreales, la escasez de habilidades comunicativas, las creencias neuróticas compartidas acerca de la fidelidad o el respeto, las adicciones al alcohol u otras sustancias, las psicopatologías más manifiestas…

Pasaría que nos daríamos cuenta de que el pensamiento reduccionista es peligroso, y de que ninguna solución real a la violencia puede dejar de lado la multiplicidad de causas que la forjan. Pero siempre resulta trabajoso mirar y actuar más profundo, y por eso seguimos buscando afanosamente las llaves bajo la farola, aunque en realidad se hayan perdido allá donde hay más oscuridad.