Cuando miramos hacia periodos muy anteriores de la historia, el hombre contemporáneo tiende a pensar que nuestros antepasados vivían envueltos entre muchas absurdas creencias, religiones, doctrinas, rituales y supersticiones (con todas las atrocidades que se derivaban de ello), a las que sin embargo dotaban de plena credibilidad, que eran consideradas obvias por la abrumadora mayoría, y cuyo cuestionamiento no podía sino ser objeto de todo tipo de desprecios y linchamientos. Es fácil que, con un cierto sentimiento de superioridad intelectual, consideremos que ahora, en la modernidad, somos personas sensiblemente más lúcidas y racionales, mucho más alejadas de esas estructuras de pensamiento primitivo. ¡Qué soberbia! Nada más lejos de la realidad.
Lo cierto es que el cerebro humano no ha experimentado ninguna modificación sustancial en siglos ni en milenios, y nuestra propensión a la credulidad ingenua sigue intacta. Hoy día, como a lo largo de toda la historia, la inmensa mayoría de las personas sigue completamente imbuida en lo que cree la realidad evidente, y que con demasiada frecuencia puede no ser más que la nueva doctrina, las nuevas religiones, los nuevos ritos y las nuevas supersticiones. Cada vez que alguien dice con tono visceral e indignado: “¡cómo puede cuestionarse algo tan obvio!”, con toda probabilidad estamos ante un mito moderno, y a las puertas del nuevo linchamiento. Pero del mismo modo que un pez no sabe que está envuelto en agua, porque para él todo es agua y no puede ver más allá de ella, las personas difícilmente reconocemos nuestros mitos cuando es el ”líquido” que nos inunda, y por el que nada la inmensa mayoría de la sociedad y todo el flujo de información circulante.
Nada acredita que seamos más sabios, más racionales y más lúcidos que nuestros ancestros. La historia solo cambia los contenidos de nuestros cuentos, pero esencialmente permanece intacta la estructura de los mismos. Si desea ser un observador serio y un pensador libre solo puede ser un descreído, y permanecer críticamente desapegado de toda cultura.
“Hace siglos que la opinión pública es la peor de las opiniones” (N. Chamfort)
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