Es indudable que la sombra del diablo se cierne sobre las cabezas de los hombres. A lo largo de la historia siempre ha estado ahí. Tal vez debido a su tosca naturaleza o al mero contagio demoníaco de unos a otros, a muchos de ellos los posee de manera evidente, e incluso contagia a numerosas mujeres que conviven con ellos. El influjo de Satanás está detrás de la mayor parte de las atrocidades que los hombres cometen, como es la agresión, el abuso y hasta el asesinato de sus propias esposas.

En sus desesperados esfuerzos por camuflarse, los hombres poseídos buscan todo tipo de pretextos para sus atrocidades. Apelan a las enfermedades del espíritu, al efecto de los traumas vividos, a la inconsciencia y las inseguridades, a la desesperación y los conflictos emocionales, a la fisiología masculina, al efecto de tóxicos ingeridos y a tantas otras cuestiones que no dejan de ser secundarias… Pretenden embaucarnos con falsos argumentos de supuesta ciencia y razón, con todos esos escritos demoníacos que solo merecen ser quemados, pues resulta evidente que se trata tan solo de ardides y artimañas del diablo, que se niega a la rendición. ¿Acaso todas esas cosas y tantas otras no son sino, precisamente, las armas y los productos de Satanás para imponerse?, ¿acaso no vemos todos los días sus incontables atrocidades?, ¿y acaso no resulta evidente que Satán siempre escogió mayoritariamente al sexo masculino para habitar en nuestro mundo? Confiemos en la protección que nos brindan nuestras nobles instituciones, y en el dictado de la Santa Madre Iglesia. No nos dejemos engañar, noble pueblo, pues solo el exorcismo liberador o el fuego purificador pueden salvar a nuestra sociedad, y devolver al bien las victimosas almas de los poseídos.

Y no importa que ahora, a Satanás, lo llamen machismo heteropatriarcal; y es que nada cambia en la esencia del disparate, sino tan solo la modernidad del vocabulario.

Tanta ilustración renacentista para llegar a esto.