En cualquier sistema, la cantidad total de “maldad” y de “bondad” permanece siempre constante, aunque cambie millones de veces la forma y lugar en que se manifiestan. Entre tanto no se produce un cambio esencial de paradigma, lo cual es más profundo que un salto fuera del sistema (en tanto que diversos sistemas de organización y de vida pueden responder al mismo paradigma esencial), la historia de la humanidad solo puede ser la historia de cómo vamos cambiando la suciedad de sitio. Pero reordenar la basura, que es lo que viene haciendo el progreso, no es limpiar, que sería una evolución efectiva.

Si la humanidad va acumulando la basura en bonitas y bien dispuestas estanterías, podemos pensar que las cosas están mejor que en tiempos pasados, circulamos con menos tropiezos, todo se hace más cómodo y fluido, y parecemos disfrutar de mayor felicidad (absurdo teniendo en cuenta que hay unos topes biológicos para la experiencia de felicidad). El progreso, dicen, ha mejorado el bienestar de la humanidad. Es evidente según muestran los datos, señalan incluso afamados psicólogos como Steven Pinker. Pero cualquier psicólogo, especialmente, debería saber que la estructura de la realidad suele ser bastante más compleja y profunda que lo señalado por las evidencias. Cuando las estanterías han alcanzado suficiente altura y peso, su esperable caída solo puede causar el gran enmierdamiento global.

Y ahí está el colapso climático, el colapso de los ecosistemas que nos acogen, el colapso energético, o la sexta extinción masiva de las especies (provocada por la acción humana)… Estos apilamientos solo han empezado a tambalearse.

Un buen ejemplo de la basura acumulada y organizada, ahora muy pertinente, es la manera en que el mundo moderno ha reducido drásticamente las guerras. ¿Es porque somos más racionales y sabios que nuestros ancestros? ¿Es porque la naturaleza humana es menos violenta? Desde luego que no, sabemos que no. Pero ocurren cosas como que el progreso, a través de la profunda globalización económica, informativa y cultural, la complejidad tecnológica y el desarrollo de armamento nuclear y químico, ha propiciado cambiar el formato de las batallas. Ahora procede que libremos más poderosas guerras comerciales que nunca, que generan diversas formas de sufrimiento y control. Y es que, además, todos sabemos que si se lanzan los petardos atómicos, si alguien sacude las estanterías más de la cuenta, con toda la energía que ya contienen, la podredumbre nos va a comer a todos como nunca en la historia. Estar quietecitos por miedo no es lo mismo que aprender respeto.

Por eso lo diré mil veces: solo promover una oportuna, deliberada y generalizada evolución de la mente, de la conciencia humana, puede limpiar el mundo y reducir en verdad el sufrimiento. Pero es la única revolución que jamás ha ocurrido. Y que no se atisba.