De algún modo, conducirse por la vida es como conducir por las carreteras: tu necesaria sensación de seguridad no puede basarse en la certeza de lo que, en enorme medida, es inevitablemente incierto, ni en tener control sobre tantas cosas que son intrínsecamente incontrolables, sino en saber que sabes conducir. Tu conexión con las habilidades y experiencia que atesoras como conductor, y con tus valores como tal, te sirven para todos los caminos y para todas las circunstancias del tráfico. Esa es una buena metáfora para entender a qué nos referimos con seguridad propia o interna, y en cuya carencia intentamos compensar con excesivos esfuerzos de certeza y control acerca de lo externo, con una seguridad condicionada a requisitos, circunstancias y logros.
Porque a lo que no podemos renunciar es a la búsqueda de nuestra natural necesidad de seguridad psicológica. Por eso, cuando los recursos personales esencialmente precisos para conducirse por la vida y sus no siempre gratas vicisitudes no se han desarrollado de manera apropiada, o cuando el sentido de confianza en esos recursos no es apropiado, «inventamos el conocimiento», creamos ilusiones de control y nos esforzamos tensamente por él, aparecen los apegos dependientes a ideas y personas, las grandes exigencias y autoexigencias, las actitudes rígidas, el temor camuflado tras armaduras, la vulnerabilidad acrecentada… o las simples actitudes de evitación y renuncia.
Comentarios recientes