Considero a la sabiduría como el cauce por donde discurre el caudaloso río de la inteligencia y el conocimiento humanos, el que ha de establecer su contención, marcando sus límites y su dirección. Un río debe discurrir de manera amable con su entorno, fertilizándolo y contorneándose con él. El drama es que este cauce no desemboca naturalmente en el mar tras fertilizar las tierras por las que transcurre, sino que se desparrama de continuo y anega todos los campos, haciéndolos crecientemente intransitables, marchitando o pudriendo de forma irreversible toda la vida. Hasta que la especie humana no discierna de manera lúcida la diferencia entre el continente y el contenido, y aprenda a armonizar las relaciones entre ambos, no podrá ser apropiadamente catalogada de homo sapiens.
Desgraciadamente, excavar este cauce no es algo que pueda hacerse a través del estudio y la acumulación cultural, y conocer los errores de la historia –como demuestra la propia historia- no impide en absoluto replicarlos. Todo esto es conocimiento intelectual, es sólo más caudal de agua, y ofrece si acaso una peligrosa ilusión de desarrollo.
Dar forma al cauce de la sabiduría requiere profundizar en la tierra de las necesidades naturales y las emociones de cada persona, hasta alcanzar el equilibrio y la paz internos que puedan conducir a buen fin tanta energía. La sabiduría es el cauce inteligente de la inteligencia.
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