La mayor parte de nuestra rabia es una manera de resistirnos a entrar en la tristeza, en ese sentimiento que nos encamina hacia la aceptación de lo que es. La tristeza es un sentimiento más noble, profundo y evolucionado que la rabia. Nos cuesta ver el amor, la ilusión, el anhelo que hay en la raíz de casi toda nuestra rabia, cuando no es la inseguridad y el miedo quien la sustenta. Amor y anhelo frustrados, ilusiones y expectativas resquebrajadas o rotas. Compartámoslo, hablemos de ese amor, de ese deseo de ser equipo con la otra persona, de cuán importante es para nosotros disfrutar de su compañía, de su cariño y comprensión, de su apoyo… Hay un anhelo frustrado en el fondo de cada queja, pero somos más dados a la queja que a la sinceridad. En pocas ocasiones hablamos de ese tipo de amor ahogado, porque la mayor parte de las veces ni siquiera lo reconocemos con nitidez en nosotros mismos. Nos resistimos a dejarnos caer en el humano y noble vacío de tristeza por el hecho de que la otra persona no parezca compartir ni disfrutar del mismo modo esa manera de estar juntos y de disfrutarnos. Sin embargo, el hecho es que podemos exigir respeto, pero no podemos exigir amor; sólo podemos entristecernos por su ausencia y expresar el nuestro con honestidad, ayudar a que esa otra persona vea nuestra tristeza, nuestro anhelo y necesidad de ella como una expresión de amor hacia ella. Porque sólo así habrá una oportunidad de que se permita emerger de modo natural su propio amor y su propio anhelo de nosotros, cuando tal vez sigue ahí en su interior, parapetado tras los golpeados escudos de su orgullo.