Sigmund Freud decía que «el hombre prefiere ignorar que saber». Yo diría que podemos ser más precisos: El hombre, por encima de todo, prefiere creer que sabe que saber. Discernir una cosa de la otra es una tarea titánica que requiere de verdadero e inusual amor por el conocimiento.

Creer que sabemos se amolda a nuestro ego; el saber en cambio lo destruye. La ilusión de conocimiento es poderosa porque resulta una ficción muy útil y pretendidamente adaptativa, pues ofrece un fácil capital de seguridad y autoestima; pero en la visión sistémica resulta por completo destructiva, pues hace frágil la seguridad, condicionada la autoestima, y propicio el conflicto entre grupos de ficción.

La naturaleza nos ha dotado de un poderoso mecanismo adaptativo, el pensamiento complejo y la facultad de creer, que en cambio nos conduce a la destrucción suicida y de los propios ecosistemas que nos acogen. Creo que el gran misterio del diseño natural es el surgimiento del ser humano, pues se trata de una gran paradoja de la naturaleza atentando contra sí misma. No pretenderé creer que sé las razones y mecanismos que se esconden tras ello.