Hay un instinto básico, una intuición básica profunda que nos llama, del mismo modo que nos llama instintivamente la naturaleza y, cuando estamos mucho tiempo alejados de ella, la buscamos, la necesitamos. Ahora estamos hablando no sólo de la naturaleza de los árboles, de las montañas o del mar; hablamos también de nuestra naturaleza interior, a la cual echamos de menos porque nos hemos alejado de ella sucesivamente en esta compleja y espesa construcción cultural. Y esta naturaleza interior tiene mucho que ver con la sencillez, con volver a contactar con lo pequeño, con el silencio, con lo que va despacio, con lo estrechamente relacional… que es lo contrario de lo que estamos viviendo. Hay, por así decir, una melancolía de nuestra naturaleza que, aunque la mayoría de las personas no sepa identificar y explicar, genera síntomas, crea tristeza, frustración, insatisfacción… y desencaminados esfuerzos por llenar esos vacíos.
Sentimos que no somos lo que queremos ser, pero el drama es que no sabemos lo que profundamente queremos ser, porque estamos ampliamente desconectados.
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