Si bien considero -frente a la moderna cultura de la cancelación- que cualquier obra artística, literaria o científica ha de ser apreciada con independencia de la historia y connotaciones de su autor, es también cierto que conocer este contexto personal puede ayudar en muchos casos a la ajustada comprensión de tal obra. A título propio, quienes me siguen un poco saben que solo en contadas ocasiones comparto públicamente aspectos de mi vida personal, salvo que estos tengan, precisamente, alguna conexión más o menos relevante con mi profesión y, en particular, con mi faceta de escritor. En tal sentido creo que resulta apropiado, precisamente, poner un poco el contexto el conjunto de mi obra escrita para el gran público (ya que también hay una parte importante ceñida a ámbitos académicos y profesionales), tanto en cuanto a libros publicados como artículos de blog.
Lo cierto es que, a diferencia de otros muchos autores de obras de autoayuda y divulgación de temas psicológicos, muy buena parte de los cuales ni siquiera poseen formación amplia y reglada en psicología, toda mi faceta de divulgación se apoya no solo en la formación académica como psicólogo clínico y el estudio continuado, sino fundamentalmente en una experiencia de 30 años trabajando a diario con pacientes, además de dos años de trabajo en servicios sociales como psicólogo comunitario y un año previo de prácticas. Aunque muchas personas puedan tener referencia mía como profesor de la Universidad de Murcia (desde hace ya 27 años), lo cierto es que esa siempre ha sido mi actividad secundaria, y con una dedicación de tiempo bastante parcial. Cuando vio la luz mi primer libro, Adicción al Pensamiento, ya me respaldaban 21 años de trabajo, y justamente esta obra surgió como una eclosión incontenible de todo lo que necesitaba organizar en mi mente en cuanto a aprendizajes y comprensiones desarrolladas a lo largo del tiempo. Quizá es por ello que se trata de mi obra más densa, amplia y con un carácter más personal, pues la escribí fundamentalmente para mí, y secundariamente pensando en que otras personas podían beneficiarse de ello.
Cuando alguien trabaja en el campo de la psicoterapia, y especialmente si lo hace a nivel privado, como es mi caso, todo pivota en torno a obtener resultados eficientes de cambio. Nunca he pretendido retener clientes, sino más bien capacitarlos para que sean autónomos lo antes posible. Un psicoterapeuta ha de aprender que no puede ser algo parecido a un juez, ni a un sacerdote, ni a un opinólogo en cualquier sentido. Las cuestiones morales e ideológicas han de trascenderse para centrarnos en lo único que en último término importa: la reducción global del sufrimiento. Estimo que toda acción y toda consideración es válida si está útilmente al servicio de ello, y no lo es en caso contrario. A través del trabajo diario con los problemas y sus soluciones no solo he venido aplicando protocolos más o menos adquiridos, sino fundamentalmente adaptándolos, combinando, investigando, creando recursos y comprensiones nuevas, destilando los elementos comunes de diversos enfoques de trabajo, sus ingredientes más relevantes… El trabajo diario de psicoterapia, cuando se hace con vocación en interés, es acción e investigación al mismo tiempo.
Como resultado de esta experiencia he ido conformando en mi mente una visión completamente sistémica y naturalista, tanto de la psicología como de la vida misma, una renuncia casi completa a las etiquetas patológicas y los juicios, una renuncia a los protocolos prestablecidos, una comprensión de la intervención psicológica como ciencia (pues responde a unos patrones y leyes que es preciso conocer) y arte a la vez (pues cada persona e intervención es a su vez irrepetible, emocional y creativa). Asumo que cualquier etiqueta, juicio, creencia y actitud solo revisten valor si contribuyen del mejor modo a la adaptación y a la reducción del sufrimiento, en el sentido más global y en el largo plazo, pues así viene definido por los únicos principios inopinables de la vida: la causalidad en un marco sistémico, la tendencia al equilibrio y el sentido adaptativo.
No solo como opción personal, sino como convicción de su necesidad profesional, siempre me he esforzado por integrar en mí mismo, del mejor modo posible, los aprendizajes fundamentales que comparto en mi trabajo acerca del arte de vivir, y considero ese esfuerzo inacabable por la coherencia con nuestras comprensiones y predicamento como un requisito fundamental del digno profesional de la psicología.
Todo este bagaje y consideraciones me han hecho asumir que un texto de psicología y autoconocimiento que sea verdaderamente útil y transformador está, por definición, condenado a no tener una divulgación masiva, ya que a mayor utilidad transformadora más ha de inquietar, desestabilizar, incomodar y tal vez hasta doler, pues de lo contrario solo implicará satisfacción, complacencia, ilusionismo y egos reforzados. Esta asunción me aleja por completo de los mensajes simplistas, de las opiniones que se desenfundan con rapidez, de las medias verdades de fácil comprensión que tanto gustan pero tanto limitan a la mayoría de la gente (el infierno está en los matices), de los mensajes carismáticos y de poca profundidad que suelen caracterizar a los superventas, y también de la presencia masiva en redes, vídeos y demás. Siempre me han suscitado sospechas los colegas que publican un libro casi cada año y que repetidamente imparten conferencias aquí y allá, cursos, entrevistas, mensajes en redes y canales de YouTube, pues no acabo de explicarme de dónde sacan el tiempo y la energía para atender a los pacientes y realizar el trabajo cuerpo a cuerpo que debería fundamentar esos mensajes.
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