Es ya manida en su descripción, pero muy deficiente en su asimilación, la analogía de los ciegos que palpaban distintas partes del elefante, creyendo cada uno de ellos que este era en realidad lo que su particular y parcial tocamiento sugería: el tronco de un árbol para quien palpaba la pata, una serpiente para quien solo accedía a la cola, una gran hoja para quien palpaba la oreja… El conocimiento fragmentado de la realidad se encuentra en la base de la patología del mundo, y es preciso por ello un conocimiento sistémico y un acercamiento a las dificultades del modo más integral posible. Considérense desde esta perspectiva, en primer lugar, algunos ejemplos a pequeña escala:
Un joven puede mostrarse especialmente rebelde, contestatario y hasta temerario en ciertos comportamientos mientras recibe reproches, coacciones y exceso de control por parte de sus padres. Ellos consideran que su conducta está motivada por el comportamiento descarriado del chico; pero a su vez este comportamiento del chico se intensifica por el exceso de control, repulsa y represión de los padres. La causalidad en este sistema familiar, como en todos los sistemas, es circular, no lineal, y obedece a continuas fuerzas de acción/reacción. Ambos se causan y ambos resultan perjudicados en una homeostasis o equilibrio disfuncional que tiende a perpetuarse.
Otra persona puede mostrarse evasiva y muy poco comunicativa en las relaciones sociales porque percibe rechazo y falta de atenciones positivas por parte de la gente, pero no se percata de cómo su actitud provoca que la gente la perciba como rara, indiferente hacia ellos o tal vez incluso soberbia en cuanto a no querer trato con nadie, por lo que tienden a darle de lado y a no hacerla partícipe, confirmando así las creencias y temores de la persona en cuestión. En los dos casos descritos la disfunción obedece a una homeostasis patológica en base a mecanismos de causalidad circular y fuerzas de acción y retroacción. Pensar en términos de quién tiene la culpa, quién es el bueno o el malo y quién es mayormente responsable de lo que está ocurriendo supone una visión lineal, parcial, simplista y muy limitada del asunto, que precisamente propicia su persistencia y nos inhabilita para su modificación funcional. Estos son el tipo de problemas y experiencias con los que un psicoterapeuta como yo se enfrenta continuamente.
Si nos trasladamos al gran sistema humano, observamos esta misma dinámica y percepción disfuncional cuando, por ejemplo, se establece la continua dialéctica entre fuerzas políticas de izquierdas y fuerzas de derechas, con reproches recíprocos y justificaciones propias que tienen todo el sentido desde la particular y fragmentada visión de cada sector. De hecho, esta misma distinción obedece a categorías conceptuales o ficciones humanas muy simplistas y dicotómicas, que para nada definen ni acotan de forma adecuada la complejidad de la realidad ni del pensamiento humano. Izquierdas y derechas se refuerzan y se requieren mutuamente en la construcción de su realidad intersubjetiva, como auténticas fuerza en retroacción circular. Una visión sistémica y no meramente conceptual, sino apoyada en realidades constatables mucho más básicas, de entrada dejaría de lado las absurdas distinciones anteriores para atender al mejor equilibrio o integración posible (y no meramente temporal, sino perdurable) no entre dos extremos o modelos de sociedad mal definidos, sino entre las distintas variables y necesidades que de hecho los humanos precisamos satisfacer. Hablamos de necesidades como la seguridad, la salud, los elementos básicos como alimento y vivienda, la afectividad, la libertad y autonomía, el reconocimiento y estatus, o el desarrollo de los propios talentos.
En el momento de escribir estas líneas, la mayor parte de la humanidad se encuentra confinada en sus hogares a causa de la crisis sanitaria del coronavirus, COVID-19. La percepción de una seria amenaza global para algo como la salud y la propia vida genera miedo, y el miedo induce una fuerte polarización de los gobiernos y los ciudadanos hacia el cuidado de la seguridad, y con ello, una merma profunda en cuanto a la libertad y el desarrollo, e incluso de la afectividad. Esto es viable mientras el miedo que persigue seguridad sanitaria supere a la frustración que persigue libertad. De manera sensata, muchas voces alertan del peligro de “pasarse de frenada” en cuanto a este grado de polarización, y sobre todo, del peligro de que ciertas medidas de restricción, control y reducción de libertades en aras de la seguridad se instalen como proyecto de futuro. La seguridad no es lo contrario de la libertad, como el suelo no es lo contrario del tejado, sino que se trata de variables sistémicamente complementarias en las necesidades humanas. Se necesitan mutuamente en un equilibrio funcional, de manera que es preciso ir asegurando nuestra libertad y desarrollo, e ir desarrollando y actualizando nuestra seguridad. Si no desarrolláramos nuestra seguridad, todos necesitaríamos aún estar bajo el manto de papá y mamá para sentirnos seguros; si no vamos asegurando nuestro desarrollo y autonomía, nuestros retos superarían nuestras capacidades y nos daríamos de bruces continuamente. Una homeostasis o equilibrio funcional entre seguridad y libertad/autonomía supera el falso conflicto entre ambas variables para crear una integración dinámica que consolida a ambas, al servicio del individuo o de la sociedad que las requiere.
En el pasado, el mundo vivió durante años la tensión patológica entre el sector comunista por un lado, polarizado en el orden y control social, la restricción de libertades y la supuesta equidad, y el sector liberal capitalista por otro, polarizado en el libre mercado con mínimas restricciones y la búsqueda del más amplio desarrollo posible, con absoluto desprecio a la seguridad futura más allá de una confianza ilusa en la ciencia y la tecnología. En la perspectiva sistémica del tiempo, el mundo comunista no consiguió así satisfacer la libertad, autonomía y desarrollo de sus ciudadanos, pero tampoco a la postre la pretendida equidad y orden social, que solo podía acabar siendo dinamitada primariamente por la propia asfixia y tensiones internas (al pretender maximizar la igualdad no solo se minimiza la libertad, sino que se acaba creando estallido y pillaje social atentando así contra la propia igualdad). Por su parte, el mundo capitalista, aún más desatado o exacerbado en su reacción desde la caída del comunismo, ha generado una profunda desigualdad e inequidad en el mundo (al pretender maximizar la libertad sin limitar adecuadamente la acaparación de riqueza, no solo se atenta ampliamente contra la igualdad, sino que la concentración de poder y riqueza mutila la libertad y posibilidades efectivas de buena parte de la población). Actualmente, el modelo liberal capitalista dominante en el mundo profundiza en la degradación de la libertad, autonomía y desarrollo de los ciudadanos cuando la amenaza de la seguridad se hace inevitablemente intensa. Era cuestión de tiempo. No se trata meramente de algo coyuntural como la amenaza de una pandemia mundial, sino que se enmarca en un proceso de deterioro general de los ecosistemas y de los recursos. Ni la aparición y extensión de la pandemia es independiente de la degradación de la biodiversidad y los ecosistemas, así como de la hiperconectividad que el exceso capitalista ha generado, ni es el único y peor de los dramas contra nuestra seguridad y nuestra salud en los que ya estamos profundizando (cambio climático espoleado por la actividad humana, pérdida de riqueza de los suelos y el mar, agotamiento de recursos, niveles intolerables de contaminación…). La alternativa a una visión parcial y desequilibrada no es otra visión parcial y desequilibrada, y ninguna es en esencia mejor que otra, sino que se complementan en una homeostasis disfuncional que atenta contra el sistema total. Sin suelo no puede sostenerse un tejado; sin tejado el suelo está a la intemperie. Nuestra casa es un todo.
¿Cuáles serán los próximos movimientos? En mi ensayo El mundo necesita terapia (2013), la dirección terapéutica sugerida trasciende los conflictos fragmentarios en la búsqueda de algo nuevo e integrador, en aras de un equilibrio sistémico funcional, y por tanto básicamente estable y perdurable, que sea satisfactorio para el conjunto de las necesidades humanas. Algo que no es de izquierdas ni de derechas, ni liberal ni dictatorial, ni comunista ni capitalista… sino que procura tomar en cuenta todos los elementos relevantes para la superación de los conflictos. El equilibrio no es tibieza, sino integración; lo contrario a una parte no es otra parte, sino el sistema completo; lo contrario a una ideología no es otra ideología, sino la búsqueda de conocimiento.
Pero una orientación terapéutica no es una predicción. También es posible, y hay síntomas incipientes de ello, que el mundo se encamine hacia un nuevo equilibrio disfuncional. El liderazgo del liberalismo capitalista ejercido por Estados Unidos está en claro declive, y el gran estado chino avanza posiciones como líder y referente. ¿Por qué el comunismo chino ha sobrevivido tanto tiempo tras la caída del telón de acero? Porque, lejos de avenirse a la ortodoxia comunista, ha mantenido de ella un gran control social y un régimen dictatorial que preserva el orden, y que de este modo ha sido hasta ahora capaz de ofrecer control sobre su ciudadanía, así como buenas dosis de seguridad (como también se ha visto en el afrontamiento de la crisis sanitaria del coronavirus), pero, por otro lado, ha abrazado progresivamente la dinámica de producción, competición y desarrollo del modelo liberal, integrándose en el mercado mundial con el ejercicio de una verdadera dictadura capitalista. Cogiendo las estrategias para la seguridad y el control de aquí, y las estrategias para el desarrollo y el crecimiento de allá, une lo peor de los dos mundos en una situación de equilibrio profundamente patológico, que solo puede forzar la tensión de las partes hasta el mayor de los reventones posibles para el todo. Pero si la población china no ha hecho detonar ya el sistema no es solo por el control político, militar e informativo que preserva el orden salvo en estallidos ocasionales y aún manejables, sino también porque la frustración se ve muy amortiguada por la ilusión. Como en la estrategia de la zanahoria colgando del palo, sus ciudadanos consienten y trabajan por la libertad, la autonomía y el desarrollo individuales que el Dios dinero esperan que les conceda. Si la dictadura y la restricción de la libertad se fundamenta en el miedo, el modelo extractivo y depredador en su libre expansión del capitalismo se fundamenta en la ilusión y la esperanza. Pero lo contrario del miedo no es el valor temerario, sino el buen autoconocimiento de los propios recursos y capacidades para asumir ciertos riesgos; y lo contrario de la esperanza ilusa no es la desesperanza y la pasividad, sino el conocimiento más ajustado posible de la realidad y sus previsiones.
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