Es manifiesta la manera en que se multiplican los problemas de salud mental en la población infantil y juvenil. Aumentan los suicidios, las autolesiones, los trastornos de ansiedad, depresión, adicciones…. Las causas siempre son multifactoriales, y cualquier medida concreta que se idea para combatir esta situación suele tener más efecto de apariencia y maquillaje que impacto real.

El problema de la salud mental no se soluciona con más psicólogos y psiquiatras, ni con teléfonos de atención especial, ni prohibiendo ciertos contenidos concretos en las redes… Nos refugiamos y aplacamos nuestra conciencia con medidas coyunturales para no enfangarnos en los problemas estructurales, esos que sustentan no un trastorno concreto, sino los trastornos en su conjunto.

Las soluciones estructurales implican cambios profundos en nuestros sistemas y modos de vida, en las raíces y no en las ramas. ¿Qué salud esperamos que tengan unos chicos que crecen con comida basura, con adicción generalizada a los móviles y las pantallas, con un muy escaso tiempo compartido con sus padres y adultos en general, con un profundo déficit de contacto con la naturaleza, con un sedentarismo tremendo, con relaciones afectivas y sociales fundamentadas en lo virtual, con un entorno de competitividad e incertidumbre crecientes…?

En un mundo loco, si quieres procurar en lo posible salud y equilibrio a ti mismo y a tus hijos es preciso que te conviertas en alguien raro, es necesario que dejes de hacer las cosas normales que hace todo el mundo, que te adaptes en lo posible a este mundo, pero sin creértelo ni pertenecer demasiado a él. Porque la locura compartida no crea una cordura, sino solo una locura peligrosísima.