El trabajo de un psicólogo puede ser lo más gratificante del mundo, y a veces también el que más te embargue de impotencia. De esta segunda faceta surgió hace tiempo un texto aún inédito, que ahora comparto.
IMPOTENCIA
Así recuerdo haberte encontrado
cuando pletórico de fe extendí mi mano:
tan voraz en querer amar
como neófito en sentirte amado,
indudable perdedor en el azar
y sin poder contar más premio
que algún beso envenenado.
Me hablabas de aquel niño educado
entre atención mugrienta y consejos basura,
con perpetuo eclipse de sol, ¡tan desolado!,
y para quien no había un solo guiño
cuando por su lado pasaba la ternura;
sobre a qué puede aferrarse un hombre
al que han dinamitado su cordura
a base de crecer con hambre
de compañías nobles y miradas puras.
Cierro los ojos para recordarte enfrente,
aún vuelvo atrás para escudriñar tu mente…
pero no veo más que parafernalia en reverberación
y desajustes con eco,
complejos de miradas y voces
que salpican las emociones
en un guirigay de entramados,
la guerra de los sentidos
inundados por afecciones dolorosas
que ensartan el corazón en los huesos…
Y al fin,
un disparo quebrando el bullicio de la mente
y el advenimiento de la paz,
la paz del esclavo y el maltratado,
el receso de los dardos.
Así se hizo humilde
el alcance de mi mano,
y compasiva la mirada
hacia tantos excluidos
que sus vidas cercenaron.