La especie humana ha creado naves que sobrevuelan el espacio, sistemas de comunicación que nos conectan de manera instantánea con la otra parte del mundo, maneras de canalizar la energía nuclear, de clonar seres vivos e implantar órganos…pero, aunque el conocimiento está disponible, no hemos promovido la paz en el interior de la mayoría de las personas, ni vuelto caducas sus emociones de rabia, envidia o celos, ni menguado la propensión al juicio rápido, ni generalizado la capacidad de empatía o de una conciencia global…
Hace tiempo que la evolución humana dejó de producirse de manera significativa en el terreno de la biología y la psicología, y que se ha desplazado hacia una evolución cultural. Pero creo que en rigor eso ya no es evolución, sino progreso. En esencia seguimos siendo primarios cavernícolas, pero con tecnología avanzada y ropajes elegantes. Y ello sólo nos da una capacidad multiplicada para impactar en el mundo ¿De qué nos sorprendemos entonces cuando constatamos la dimensión del expolio y la barbarie en términos tanto humanos como medioambientales?
Uno de los elementos cruciales en este sentido es el propio sistema educativo, que es el foco central en la transmisión de información y en la conformación de la personalidad que hace circular un sistema. Como expresé en “El Mundo Necesita Terapia” (2013):
“Aunque muchos críticos con el sistema educativo imperante aluden a cómo este fomenta la mediocridad de los educandos para que puedan ser manipulados por la élite dominante, esta afirmación resulta también incompleta, y por tanto simplista. Se podría argumentar en contra que los niveles de exigencia curricular en las escuelas y universidades son en realidad cada vez más altos, y que la formación científica y tecnológica de los educandos es cada vez mayor. La cuestión estriba, sin embargo, en la dirección hacia la que se aplica la exigencia, esto es, los valores a los que sirve […] Los modelos educativos actuales mantienen un nivel muy elevado en su calidad formativa dentro del paradigma que promueve la competitividad, el esfuerzo, las facultades de la inteligencia instrumental, y la adquisición de conocimientos científicos y tecnológicos, todo lo cual es pertinente para propagar la cultura acumulada y para nutrir las necesidades de desarrollo del sistema productivista-consumista. De este modo, los educandos puedan pelear por el éxito social y profesional, tal como el sistema vigente define ese éxito.
Pero se da una atención comparativamente casi nula al desarrollo de las facultades para la conciencia sistémica-relacional, la introspección y el conocimiento de los resortes de la propia mente y el propio cuerpo, la gestión de las emociones, la empatía, la compasión, la cooperación, la libertad de pensamiento, la aceptación serena del presente, la confianza en la propia capacidad de adaptación, el descubrimiento del propio talento y vocación para ponerlos al servicio de la comunidad, la sensibilidad con la naturaleza, la comprensión y sensibilización con los procesos de participación democrática… Es en estos aspectos de nuestra conciencia más directamente vinculados con la dimensión noble y ética del ser humano, en relación con estos valores, que el sistema educativo que conocemos fomenta absolutamente la mediocridad. Otra educación sustancialmente diferente sería un fundamento insoslayable de otro paradigma posible de vida”.
En nuestro tiempo, la enfermedad es tan magna como el conocimiento que hemos acumulado para poder hacerle frente, y el dilema se sitúa en si seremos capaces de utilizarlo para llegar hasta quién sabe qué nuevo estado evolutivo. Hubo un gran salto evolutivo cuando empezamos a caminar sobre sólo dos patas; parece que nuestras facultades intelectuales volvieron a tener cierto salto evolutivo cuando las grasas saludables del pescado se incorporaron a la dieta habitual… Y ahora discutimos si la correcta aplicación del conocimiento acumulado puede impulsar un nuevo salto evolutivo hacia una psicología humana diferente, que propicie relaciones entre nosotros mismos y con el planeta más globalmente satisfactorias. Ha evolucionado significativamente nuestro intelecto, y también cabe pensar en promover una evolución significativa de otras dimensiones de nuestra conciencia.
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