Nos envuelve una cultura que usualmente confunde el valor de las preguntas, lo cual es fuente de todo tipo de desgracias. Hay en la práctica, por ejemplo, una primacía del cuánto sobre el cómo:

Se otorga un gran valor a cuánto dinero se gana o se posee, relegando la cuestión nuclear de cómo se gana y cómo se usa ese dinero.

Se subraya la importancia de comunicarse y hablar mucho para resolver problemas y conflictos, pero la cuestión fundamental es más bien cómo te comunicas. ¿Hay verdadera escucha?, ¿hay esfuerzo empático?, ¿hay ánimo real de resolución, o más bien ánimo de victoria?

Se antoja admirable la persona que lee muchos libros, pero parece extenderse un gran vacío en cómo se lee. ¿Hay reflexión atenta y paciente sobre lo leído?, ¿a qué nivel de asimilación nos entregamos?, ¿cuál es la significación de las lecturas que se eligen?

Y, definitivamente, la gente parece estar preocupada por vivir muchos años, aunque impera una gran inconsciencia respecto al arte de cómo vivir, del buen y valioso vivir.

Las preguntas acerca del cómo son bastante más difíciles de responder que las preguntas acerca del cuánto, y enfocados y esforzados en lo segundo pervertimos así lo primero. Habitamos un mundo que se ofusca en las cantidades, los porcentajes, las cuotas, las estadísticas… Pero la cosa más importante no son los números, sino las estrategias y los valores que les dan explicación.