Cuanto más tranquila, sensata, argumentada y fundamentada es la crítica que se hace a una teoría, idea o posicionamiento, más propensa a la descalificación, la indignación y la soberbia intelectual o moral suele ser la réplica del ideólogo o persona firmemente anclada en su posición.Cuanto más difícilmente rebatibles son los argumentos y los datos, en mayor medida la persona que se siente atacada necesita apoyarse en la mera descalificación, o en argumentos puramente emocionales y sesgados con tono de superioridad. Lejos de ser algo contradictorio, esto responde a la necesidad primaria de proteger la propia identidad y estructura mental de manera tanto más firme cuanta más entidad tiene la crítica, dado que esto, en la inmensa mayoría de las personas, suele estar muy por encima del sincero anhelo de conocimiento. La indignación y el extremismo visceral en la defensa de las convicciones siempre ha sido un síntoma de la fragilidad argumental de quien mantiene esas convicciones, y por tanto, el síntoma de una seguridad limitante.
Esta dinámica de nuestra lógica mental no nos permite ser precisamente muy optimistas respecto al destino fructífero de los debates más importantes que nos competen.
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