A lo largo de toda la historia, la humanidad ha mantenido distintos mitos y supersticiones de manera generalizada y poderosa, como premisas sacralizadas, como verdades casi incuestionadas e inscritas en la cultura de la época. Cuando actualmente vemos representados esos dogmas a través de novelas o películas, es fácil sentir cierta superioridad intelectual al plantearnos cómo era posible que se elevaran hasta ese punto cosas como la fidelidad al rey absoluto, la persecución de la brujería, la lealtad férrea a una religión o un rancio concepto de la honra y la dignidad personal, pongamos por caso.

La cuestión es si podemos darnos cuenta de que en la actualidad somos igualmente presos de otros mitos férreos y generalizados, y el principal de todos ellos es el sacralizado mito del crecimiento imparable. Los negocios deben crecer, las empresas deben crecer, la riqueza de los países debe crecer, o de lo contrario está la condena del fracaso y la mediocridad.

Si llega a existir una humanidad del futuro que proyecte películas sobre nuestro tiempo verán, con las misma claridad y sorpresa que nosotros sentimos en la retrospectiva, la profunda ceguera y la trágica estupidez con que regimos nuestra vida.